Bajo el puente que daba acceso al otro lado de la ermita había una suave manta tapizada de fina hierba adonde iban a parar los cansados viandantes que solían guarecerse a echar una pequeña siesta mientras cogían fuerzas para proseguir el camino. Un camino que parecía no terminar nunca, pero que era relajante para todo aquél que lo hacía. El gran viaje, como ella lo llamaba, estaba lleno de historia e historias incompletas que muchas veces eran el trampolín para iniciar la aventura de terminarlas. Un viaje evocador que transportaba al paseante a otros tiempos y que le daba un halo de melancolía, como intentando averiguar dónde se escondía ese mundo que ya había pasado y solamente podía revivir en su imaginación, y que gracias a los vestigios del trayecto podía fundirlos con la realidad. Un mundo cuyo principio traspasaba la historia y llegaba al origen de los tiempos; un mundo en el que el camino y ella eran sólo uno y un mundo en el que el tiempo parecía haberse detenido a contemplar
MAR ADENTRO Había pasado toda la noche en la sala de espera del hospital y llevaba dos días sin comer. Se mantenía a base de tilas porque eso le relajaba. No conseguía dormir, no levantaba cabeza y no era capaz de comer un bocado porque enseguida lo rechazaba. Su preocupación era más grande que todo lo que su mente pudiera generar, pues su pequeño se debatía entre la vida y la muerte. Horas antes fueron a pescar mar adentro y nunca pensó que el pequeño caería por la borda y se hundiría hasta perderlo de vista. Un instante fue lo que necesitó para lanzarse de cabeza en busca del niño, al que le costó un par de minutos encontrar y devolverlo nuevamente a cubierta. Llamó pidiendo auxilio desde la radio de la embarcación y expuso el problema. Media hora más tarde apareció un barco medicalizado que se hizo cargo del pequeño al que consiguieron reanimar levemente. Aún tenían que llegar a puerto donde esperaba una ambulancia. El tiempo que pasó hasta que